Panduril escapando

Panduril, es Juan Ibáñez, Vitoriano sin raices venido al mundo en el buen año de 1982. Amante de la música, el pan duro, la filosofía,....... Amante en general.

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miércoles, noviembre 15, 2006

Flores en noviembre

Salva siempre había sido un hombre parsimonioso y tranquilo. Si es que hubo prisa alguna vez, ni él sabría decirlo.

La vida de músico era difícil, y exigía tomarse las cosas con calma y cierta apatía.
Durante cuarenta años, Salva había tenido la fortuna de gozar de la titularidad de una plaza de maestro en el conservatorio superior de Granada, el Maria Cristina. Desde luego no podía quejarse, pero su sueño siempre fue el ser un reconocido gran compositor, y aunque ya había hecho sus pinitos como tal, esa espina clavada fue creciendo e infectándose en su interior causándole poco a poco mas agonía conforme pasaban los años y aumentaban sus probabilidades de defunción.

De esta manera, el parsimonioso Salva fue experimentando progresivamente la sensación de prisa. Esta nueva y agónica sensación, mezclada con alcohol y la marihuana que tanto le gustaban, acabó por convertirse en obsesión.
Cuando ya no pudo soportarlo mas, su mujer le abandonó por otro hombre que le hacia mas caso. "Cierra la puerta cuando salgas"-fue lo único que salió de su boca cuando ella le comunicó su decisión.

Por aquel entonces, el único hijo de la pareja, ya no vivía con ellos, de manera que Mr. Hyde ya era completamente libre de aflorar. Prácticamente nunca dormía; pasaba las noches enteras componiendo su obra maestra, y luego quedaba adormilado en las clases del conservatorio. Mas o menos al año de abandonarle su mujer, dejó de asistir al conservatorio, lo que sumado a las prolongadas quejas de sus alumnos, le costó ser suspendido de su plaza.

Nada le importó, estaba sumido en una cruel carrera en la que esperaba vencer a la muerte; el terminaría su obra antes que ella llegara.

Un día los vecinos avisaron a la Policía; hacia dos semanas que nadie le veia salir de su apartamento, y un fuerte olor se había asentado en el descansillo de la escalera; al llamar nadie contestaba.
Se lo encontraron derrumbado sobre la mesa, las persianas bajadas, el flexo se había fundido de alumbrar sin descanso. Bajo su cabeza una partitura.

Tres años después, escusada su negligencia por la lástima de comprender la agonía que le llevó a la muerte, el conservatorio decidió honrarle preparando un concierto para su obra. Yo soy violinista, y fui elegido para interpretar la voz principal.

Pasé varios meses estudiando a fondo la obra, y conforme mas la estudiaba, mas comprendía su agonía, y mas me sumía en ella; era una composición triste y melancólica, pero sus melodías sugerían en el fondo una belleza nunca vista, una armonía y una calma perfectas.

Nunca una obra me atrapó tanto. Cada vez que la tocaba, era como si el estuviese ahí, observando, escuchando; y cada vez que tocando llegaba al apogeo de la obra, en el que yo tenia un solo, notaba como el se revolvía, como si estuviese irritado; incluso varias veces la lámpara tintineó violentamente, apagándose la luz y haciéndome parar del terror.

Por fin llegó el día del concierto. El anfiteatro estaba repleto, había mucha expectativa. Se hizo el silencio y comenzó la obra. Se podía apreciar como el público se encogía conmovido en su asiento. A su momento, llegó el solo de violín, y entonces le volví a sentir, pero esta vez en mi. Me nubló la vista y la conciencia, y justo en el punto álgido, me hizo salir de la partitura y tocar otras notas. Un escalofrío, como un grito de libertad me recorrió toda la espina dorsal y me devolvió en mi; seguí tocando, y mientras tocaba comprendí que Salva acababa de terminar su obra, ahora ya estaba en paz; había conseguido vencer a la muerte después de haber muerto.
Hoy hace un año. Me he vestido, y escrito esto me dirijo al cementerio a ponerle unas flores.


Muxus y abrazos según corresponda.